En la actualidad, la juerga forma gran parte de nuestras vidas. Se podría decir que es una rutina aplicar los coloridos días del fin de semana en salir con los patas a discotecas o reuniones, cuyo fin es beber e interactuar socialmente. Pero la cuestión es de donde proviene este estilo de vida, de donde parte y toma este carácter hostil de beber tanto y atacar a cuantas féminas puedas, sin mucho análisis, espero estén de acuerdo conmigo, lo que forja e inicia este estilo de vida en nosotros y nos marca para siempre es la gloriosa época colegial de “Los Quinces”.
Un Lunes cualquiera en 2do o 3ro de media en el Santa María, se siente el ambiente tenso, se ven conversaciones y secreteos entre los estudiantes. Nada evidencia concretamente la anormalidad en el comportamiento del alumnado, pero se percibe un ambiente hostil y acelerado. No se trata de tráfico de drogas ni datos de exámenes futuros, es tan solo la llegada de las entradas para poder asistir formalmente a los quinces o 15s que se llevarán a cabo el fin de semana.
Generalmente, eran poseídas por el mejor o mejores amigos de la anfitriona, quienes las repartían a sus respectivos dueños. Sin embargo, en ciertas ocasiones, estos valiosos pedazos de cartón grabados debían ser contrabandeados o usurpados, pues la alta demanda que tenían transformaba el colegio en una jungla y se debía matar o morir.
Luego de robos a mano armada, desapariciones, secuestros y otros atentados, cada miembro de la cuadrilla tenía su respectiva entrada y era cuestión de tiempo para que se desate la fiesta. Llegado el esperado día del 15 me reunía con mis más clásicos partners de aquellas épocas doradas: Renzo, Elio, Gonzalo, Jato, Michel, Raúl, Max entre otros. Nos juntábamos para llegar juntos o para cambiarnos con ternos que alguna vez fueron de otra persona, pues en cada 15, por error o efectos del alcohol, todos se llevaban un saco diferente. Con terno negro y lompa azul, llegabamos a la puerta del 15 y todo solía salir bien, pero en ciertas ocasiones éramos ampayados con entradas de otro individuo o eliminados de la lista al haberse “desaparecido” la invitación, por lo cual debíamos acudir a algún plan de nuestra gama de ingresos de emergencia, los cuales constaban de coimas, correr como mexicano en la frontera o, en el peor de los casos, trepar la pared trasera arriesgando potencialmente tu vida.
Finalmente, por las buenas o malas, hacíamos nuestro ingreso al 15. Instantes después nos posicionábamos estratégicamente en una mesa y al primer pobre mozo que pasara con una fuente de chelas lo calateábamos cual pirañas de barrios altos. Nos manteníamos así por un largo periodo que se veía interrumpido únicamente por el Vals. No es que fuéramos fanáticos de este clásico baile, sino que era muy gracioso arrochar a los afortunados que debían bailar con la dueña del 15: familiares, enamorado, mejor amigo, trampa, colado, borracho, etc.
Al retornar a la base las chelas, los chismes y las risas continuaban por un largo rato. Hasta que, como por una señal, la gente se iba parando e iba a buscar a una chica, de alguna manera especial, con la que esperaba tener una gran velada. Una vez emparejados empezaban los bailes y las vueltitas, prolongadas conversaciones y chongos, y las infaltables idas al baño que ponían en peligro la situación.
Pasadas unas horas y ya en un alto nivel etílico llegaban las declaraciones de amor. Esto generó muchas alegrías y tristezas entre nosotros, inclusive hubieron noches negras en las que algunos no podían contener su llanto por una decepción amorosa, pero había una consecuencia aun mayor, la cual felizmente a cesado con el paso de los años, pero en aquellas épocas eran como un invitado más de la fiesta; las famosas mechas.
Casi nunca faltaba una riña originada entre 2 individuos, lo cual implicaba la intervención de los amigos de ambos. La gente se agarraba a golpes, las mesas y sillas volaban, los vips debían echar a los cabecillas, difícil tarea, ya que en ese momento todos se creían capaces de noquear al increíble Hulk. Finalmente el escándalo terminaba y la fiesta podía continuar. Estas mechas fueron origen de enemistades que se conservan hasta la actualidad, sin embargo, por increíble que parezca, también han generado buenas amistades e inclusive fusiones de grupos distintos que también se conservan hasta hoy.
Luego de haber tomado, bailado, trepado, boxeado, entre otras cosas, la noche llegaba a su final y nos reagrupabamos para matar la noche con las ultimas chelas. Asi se quemaban los últimos minutos de la gran velada hasta que el DJ decidía que era momento de apagar la música y le fiesta terminaba. A la salida nos dividíamos en grupos dependiendo del destino a donde nos dirigíamos. El camino de regreso era empleado para contar las anécdotas de la noche acompañadas de jodas y agresiones al pobre taxista. Eventualmente la noche llegaba a su final. Muy maltrechos y agotados nos íbamos a reposar nuestros cuerpos; no para el colegio ni para ir a misa, sino para el 15 del día siguiente.
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